Ansiedad: El enemigo invisible que puedes vencer

8 de junio de 2023

La ansiedad es una de las causas más frecuentes para asistir a terapia. No es de extrañar, ya que suele ser un “síntoma” común a muchos trastornos psicológicos.

Por ello, en este blog exploraremos qué es la ansiedad, qué la desencadena y algunas estrategias efectivas para reducirla y poder tener calidad de vida. Normalmente, en la primera sesión, suelo explicar qué es y qué función tiene en nuestras vidas.

¿Qué es la ansiedad?

A nivel académico definimos la ansiedad como un conjunto de procesos psicológicos y fisiológicos que aparecen ante peligros reales o percibidos, y que nos predispone a reaccionar rápidamente si se necesita. Podemos entenderlo como una alarma que nos prepara para reaccionar ante cualquier peligro, por lo que es una respuesta adaptativa. Pero si estas leyendo este blog es posible que te preguntes: ¿puede averiarse esa alarma?

La alarma averiada o la ansiedad patológica

Cuando la ansiedad se convierte en un problema deja de ser un proceso adaptativo. Esto se produce cuando la respuesta es demasiado intensa en comparación con el estímulo presentado o incluso en la ausencia del mismo. Siempre trabajo con la idea de que la mente nos quiere ayudar, aunque a veces no sabe muy bien cómo y este es un claro ejemplo.

Los síntomas físicos de la ansiedad son bastante variados, va a depender mucho de la persona, pero los más frecuentes son:

  • Sudoración excesiva en manos, pies, frente y axilas
  • Temblores en las manos o en las piernas
  • Arritmias cardiacas
  • Respiración acelerada y superficial
  • Dolor de cabeza
  • Boca seca
  • Mareos
  • Tensión en los músculos

¿A qué se debe la ansiedad?

Esta pregunta aparece mucho en sesión y no hay una respuesta exacta y clara. Hay que estudiar cada caso para poder encontrar las variables que nos están afectando. Puede ser por una predisposición genética, un aprendizaje de nuestro entorno o estar aguantando situaciones que nos están sobrepasando.

Me gusta explicar que el ser humano es como una olla exprés. Por muy buen material del que este hecha, si no tiene la válvula de seguridad en algún momento acabará estallando. Si no dejamos salir la presión, está acabará superándonos por muy fuertes que creamos que somos.

Y aunque este es otro tema a tratar, sentir que somos más “fuertes” o más “débiles” no nos va a ayudar mucho a nuestra salud mental.

Las experiencias de vida que hemos vivido también van a marcar que padezcamos episodios de ansiedad. Hay experiencias traumáticas, recuerdos o problemas de apego que también pueden ayudar a que nuestra alarma adaptativa funcione de forma incorrecta.

La mente en alerta

Como ya he comentado antes me gusta pensar que la mente nos intenta ayudar, aunque a veces se equivoque. Cuando una persona atraviesa un proceso ansioso, su mente pasa a estar en alerta casi todo el rato. Esto hace que la cabeza no solo exagere problemas, sino que también se los invente. Por ejemplo:

  • Una persona que nunca ha tenido miedo a las multitudes puede empezar a tener taquicardias al ir a comprar al supermercado.
  • Otra persona puede sentir pánico al ver que le llama un número desconocido.

Estos son solo dos ejemplos de lo que la mente en modo de alerta puede hacernos.  Hay que tenerlo muy en cuenta ya que muchas veces hablamos de los síntomas físicos, pero no de los cognitivos. Y es que, aunque suene raro: No tenemos que creernos todo lo que pasa por nuestra cabeza.

El monstruo de la ansiedad

Durante la terapia, en ocasiones uso metáforas para ayudar a los pacientes a entender sus experiencias internas. Con el tema de este blog suelo usar el monstruo de la ansiedad.

Imagina que tienes un monstruo pequeñito encima de tu hombro que de vez en cuando te pide comida. Al principio no molesta mucho, habla bajito y si le damos comida nos deja de incordiar. Sin darnos cuenta, con cada porción de comida que le damos este se va haciendo más grande y habla más alto. Lo que antes era un murmullo ahora es un grito en nuestro oído.

Lo que antes era una molestia ahora es una complicación para vivir. Sin pretenderlo hemos dado al monstruo más fuerza, más entidad en nuestras vidas y ahora ya no sabemos como pararlo.

Tengo ansiedad y ahora ¿qué hago?

No te vas sorprender de que no tenga una fórmula mágica para solucionarlo, ¿verdad? Está claro que si esto interfiere mucho en nuestra vida habrá que ir a terapia para poder trabajarlo.

De una forma más general (y sin sustituir a la terapia) habrá que dejar de alimentar al monstruo, no dejar que conduzca nuestra vida y aprender a que hay que vivir experiencias internas desagradables cuando toca. En terapia usamos técnicas para ayudar a gestionar la ansiedad:

  • Respiración diafragmática: Colocamos una mano en el estómago (sobre el ombligo) y otra en nuestro pecho. Inspiramos por la nariz haciendo que las dos manos se muevan. Aguantamos el aire de 3 a 5 segundos. Posteriormente exhalamos el aire por la boca despacio como si tuviéramos una pajita en la boca.
  • Relajación progresiva de Jacobson: Es una técnica en la que contraemos distintos músculos de nuestro cuerpo y luego los relajamos. Hay que centrarse en el cambio de tensión a relajación.
  • Mindfulness: Esta serie de técnicas centradas en permanecer en el momento presente han demostrado su efectividad a la hora de gestionar la ansiedad.

Un elemento importante es que la ansiedad no se mantiene en su punto álgido durante mucho tiempo. Pasado un tiempo empezará a disminuir. Por eso a veces es necesario que un psicólogo nos explique que es algo temporal y nos ayude a manejar estas sensaciones tan desagradables.

También habrá que valorar si estamos viviendo situaciones que nos estén produciendo la ansiedad. Si este es el caso, habrá que trabajar la forma de gestionarlo o de cambiar aquello que nos está haciendo daño.

Conclusión

Lo más probable es que todos atravesemos épocas donde suframos ansiedad patológica. Conocer qué es y entender cómo funciona nos va a ayudar a que no se convierta en un problema central de nuestra vida. Aunque existen técnicas efectivas para gestionarla, no dudes en consultar a un psicólogo de confianza si ves que no puedes enfrentarte a ella. Y como ya he comentado en la metáfora de arriba: ¡No alimentes al monstruo de la ansiedad!

 

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